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domingo, 16 de diciembre de 2012

Colores en Rosario


Esperaba el 112 en San Lorenzo y San Martín, junto a otras personas, cuando llegó una mujer joven de larga cabellera castaña atada en una cola. Traía dos nenas también de largas cabelleras atadas en sendas colas, la mayor pelirroja con cejas y pestañas pelirrojas y la menor rubia, con cejas y pestañas rubias.

La menor señalaba algo y llamaba a su hermana. Seguramente lo hacía con disimulo porque yo no sabía qué, ni tampoco me interesaba; yo miraba la calle esperando el 112, tratando de no confundírmelo con otros colectivos azules.

La madre le dijo a la nena rubia que dejara de hacer eso porque la señora se iba a enojar. Pensé que debía ser yo la señora y que no tenía motivos para enojarme con tan pequeña criatura.

–Ella tiene la misma pulsera– dijo la mujer.

Yo miré a la otra mujer sentada a mi lado, que no tenía pulseras. Yo sí tenía una multicolor, que hacía juego con mi collar.

–¿Esta pulsera?– dije yo mostrando la mía.

–Sí, ella tiene una igual- dijo la madre señalando a la pequeña rubia.

Llegó el 112 y delante de mí subió un joven de larga cabellera negra atada en una cola, vestido completamente de negro, con anteojos negros, que pagó su pasaje con una tarjeta fucsia.

domingo, 29 de julio de 2012

Chofer del 112, extraña a sus pasajeros


Volvía el lunes a mi casa desde la zona del club en el colectivo de la línea 112, temprano, a las cinco de la tarde. Un hombre subió en San Lorenzo y Sarmiento y le dijo al chofer: 

–Ahora hay que tomarlo acá, ya no viene más por Sarmiento.
–Sí, cambió el recorrido, y en el centro hay paradas cada tres cuadras.

El chofer le nombró todas las esquinas en las que podía tomar ese colectivo, y las esquinas donde se podía bajar si venía al centro. El hombre le dio las gracias y el chofer le dijo que no, que “gracias a vos”.

Noté que el chofer quería hablar, y una mujer sentada en el primer asiento también. La mujer comenzó la conversación, no sé qué le preguntó porque yo estaba lejos. El chofer le contestó:

–Se me fueron los pasajeros, se me fueron los pasajeros, porque ya no saben dónde para el colectivo.

Sus palabras sonaron como una alarma dentro de mí: un 112 sin pasajeros significa ausencia de historias, y sin las historias del 112 mi blog será otro. Pasada la mini tragedia vivida, miré a mis compañeros de viaje, y si bien el colectivo no iba lleno, sí había suficientes pasajeros, considerando que estamos en vacaciones de invierno.

–Antes, en la esquina de Laprida y Córdoba había quince pasajeros, ahora no hay ninguno –siguió lamentándose.

Eso me pareció raro, si el 112 jamás pasó por esa esquina, ¿el chofer trabajaría en otra línea?, ¿pensaría que la mujer con la que conversaba jamás tomó el 112?

–Es que cambiaron diez líneas juntas de colectivo, y los pasajeros no saben qué hacer –insistió.

Yo creo que no es así, el que viaja en la misma línea siempre se enteró rápidamente de los cambios, incluso ya arriba del colectivo.

La mujer, antes de bajarse por adelante, le dijo muy contenta que con el cambio de recorridos tenía cuatro líneas que la llevaban a su casa, así que no sólo tomaba el 112, sino otros más.

El chofer, ajeno a mis pensamientos, y posiblemente a los de la mujer también, le respondió con lo que me pareció, amargura:

–Me alegro por usted señora, me alegro mucho.

domingo, 24 de junio de 2012

Familias

Conversación escuchada en el colectivo de la línea 112 entre un niño muy conversador y una mujer parada a su lado, no sé si conocida o desconocida para él.

Niño: –¿Tenés hijos?
Mujer: –No, hijos no, pero tengo un sobrino.
Niño: –¿Y tiene Play 2 o Play 3?
Mujer: –Play 2.
Niño: –Si querés ser mi mamá tenés que comprarme la Play 4.



Conversación escuchada en el colectivo de la línea 103 entre una chica treintañera y una ex compañera de la secundaria y antigua amiga.

Chica: –¡Sos vos!, ¡tantos años sin verte!
Antigua amiga: ­–Sí, tantos años. ¿Cómo está tu mamá?, ¿y cómo está tu hermana? Me acuerdo de que tu hermana no te quería, ¡qué mala qué era!, te quitaba todo y te acusaba con tu mamá.
Chica: –Sí, mi hermana nunca me quiso, y ahora tampoco.

domingo, 11 de marzo de 2012

Azul, es el 112 (II)


Cuando escuché la primera frase no tuve dudas, Celeste estaba en el colectivo azul.

–Por el feriado no tuve psicóloga, ¡no!, ¡me voy a morir!

–Llamala, ella te dio el teléfono y dijo que cualquier cosa que necesitemos cualquiera de nosotros, que la llamáramos.

–Sí, la voy a llamar esta noche, para verla mañana.

–¿Dónde tenés el teléfono?

–En la billetera.


–No, mañana tengo ensayo y salgo muy cansada, no la voy a ver a la psicóloga.

–¿A qué hora salís?

–A las seis y media.

–Entonces andá a la psicóloga a la seis y media.

(Pausa)

–Convencelo a papá que me enseñe a manejar.


–Decile que yo quiero aprender. Ya sé que él está cansado, que dejó de trabajar y se convirtió en el chofer de la familia. Yo quiero aprender. No me voy a comprar un auto ni pedirle el auto prestado para salir los sábados, por el momento no, yo quiero aprender, para saber, por si necesito.

–Bueno, le voy a decir.

(Pausa)

–El Aldo es mi príncipe azul, es inalcanzable. Yo no lo visito por lástima, sino porque me hace bien, no tan bien como tendría que hacerme, pero me hace bien. Él me dice que si me enamoro de otro está bien, y cuando Juan se estaba por ir a Bariloche, casi me enamoro de Juan, pero ya pasó.


–El Aldo trabaja de remisero para tener su plata.

–Está muy bien, tu papá también empezó a trabajar a esa edad.

–La familia del Aldo no me quiere ver, le dicen que si me ve no va a ir a Bariloche.

domingo, 26 de febrero de 2012

Azul, es el 112

Un día de invierno, yo volvía del club en el colectivo de la línea 112, el que pasa por esa esquina a las 21:13. Me senté en un asiento de dos personas y detrás de mí escuché dos voces femeninas que hablaban. Los tonos de ambas eran tranquilos.

–Lo que yo quiero, mamá, es poder salir a caminar, así, de noche, con frío, con las manos en los bolsillos, sola.

–No, Celeste, no podés.

–¿Por qué no puedo?

–Porque no estás bien. Cuando estés mejor sí, pero ahora no.

–¿Y quién dice que no estoy bien?

–Se te nota que no estás bien.

-Vos no me ves bien, pero yo estoy bien, y sólo quiero eso, salir a caminar, de noche, con las manos en los bolsillos.

–No, Celeste, no estás fuerte para hacer eso, no, no podés.

–Pero es eso nada más.

–No, no, vos tenés que ir al psicólogo. Todos tenemos que ir al psicólogo.

–Mamá, yo sé que lo querés mucho a papá, que es tu marido, pero dejá de hincharle las bolas, él no quiere ir.

–Él también necesita ir, lo hincho porque lo necesita, todos lo necesitamos, yo también.

–¿Vos también vas a ir?

–Todos vamos a ir, Celeste, toda la familia, todos necesitamos el psicólogo.

Cuando me bajé pasé por su lado. Celeste era una chica de unos diecisiete años, de cabello oscuro y vestida de negro. Al lado, su madre, también de cabello oscuro y vestida de negro. Los accesorios plateados de ambas me parecieron de estética dark.


Otras historias del 112
Misterios en el 112
Maní en el 112
Con nadie, en el 112
Hambre en el 112

miércoles, 18 de mayo de 2011

Hambre en el 112

El martes volvía del club donde practico patín artístico en el colectivo de la línea 112, como todos los martes y jueves.

Los habituales lectores ya saben que en ese colectivo pasan cosas raras, entre las 21:13 y las 21:30, que es la hora en que el hambre produce toda clase de delirios olfativos, auditivos, persecutorios, o se presenta el fantasma. Los que no saben nada de esto pueden leer: Misterios en el 112, Maní en el 112 y Con nadie, en el 112, y van a ver.

En un momento del trayecto, allá por las 21.20, escuché dos voces femeninas jóvenes, más atrás. Primero escuché y me di cuenta de que valía la pena seguir escuchando, y después me di vuelta para ver quiénes eran y para conseguir un mejor lugar, es decir, más cerca. Las chicas eran dos adolescentes con ropa y bolsos deportivos.

Me cambié de asiento porque sé que me debo al público de este blog que quiere saber qué pasa en el 112 y escuché. He aquí la conversación:

–Este amigo que te digo compra una pizza, la pone un día entero en la heladera y al otro día la come en el desayuno…

–A mí también me gusta la pizza fría.

–Pero éste la compra especialmente para comérsela fría, la pone un día entero en la heladera y al otro día la desayuna haciendo sopita en el café con leche.

–¡Qué asco! Noooo.

–Sí, haciendo sopita se la come.

–¡No!, ¡qué asco!

–Sí.

–No, ¡qué asco!

–A mí lo salado me gusta, pero más me puede lo dulce. Me gustan el helado y las gomitas.

–¡Las gomitas! A mí me gustan también, y me gusta el maní.

–Las cosas que como van por temporada, una temporada me había dado por comer tostadas de pan lactal, cuatro me comía, en el desayuno. En la merienda no, en la merienda me comía galletitas dulces, el paquete entero, porque no puedo ver que queden.

–A mí me pasa eso con los cereales. Yo me como la caja entera, y no puedo ver que queden. Y me gusta el pan con manteca y sal.

–A mí con manteca y azúcar. ¿Sal dijiste?, ¿por qué sal?

–Porque me gusta la sal. A mí tía le gusta el pan con manteca y con sal y a mí también. A mí me gusta que la comida tenga gusto a sal, si no tiene gusto a sal no me gusta. Yo le echo primero sal a la comida y después la como. El puré con mucha sal me encanta.

–Mi mamá me dice: “no le pongas sal, no la probaste todavía”.

–Sí, la mía también, pero yo le pongo la sal sin probarla.

–Yo no como con mucha sal, porque mi mamá cocina para todos, y está mi abuelo con nosotros y no puede comer. Y yo me acostumbré también a cocinar así con poca sal…

–Hay gente que no hace pescado por el olor. A mí me gusta el pescado y mi mamá hace pescado.

–¿Y queda olor?

–Sí, pero mi mamá lo saca.

Y se bajaron juntas, en la Avenida Pellegrini, dejándome la enseñanza que lo que es un asco para unas, es rico para otro, y lo que yo no comería es lo que les gusta a ellas, salvo el maní, por supuesto.

jueves, 2 de septiembre de 2010

Con nadie, en el 112

El martes de esta semana tomé el colectivo de la línea 112, a las 21.13 hs., desde el club a mi casa. Cuando subí vi al colectivero masticando algo e inmediatamente pensé qué él podría estar comiendo maníes, así que no me senté muy atrás, sino por el medio, en los asientos de un pasajero, para poder encontrar una respuesta. Y junto a mi asiento, en el piso, vi una cáscara de maní, con mis ojos detectivescos. Pero el chofer, si estaba comiendo algo no eran maníes y no sentí olor a maní, ni ruidos, pero sin dudas, había una presencia allí, que yo no sentí, pero otra persona sí.

Un joven de entre 25 y 30 años, sentado detrás de mí, solo, hablaba por teléfono celular. Yo lo escuchaba claramente, sin interferencias. Al principio no sé de qué habló porque no le presté atención, pero después, sí y transcribo el diálogo, mejor dicho, las respuestas del muchacho, ya que la voz del celular no se escuchaba.

- (tranquilo)… con el vecino.

- …

- (tranquilo) ¿Qué vecino?, no, ningún vecino, con nadie.

- …

- (tranquilo) En el colectivo, en el 112, con nadie.

- …

- (tranquilo) Nadie habla.

- …

- (menos tranquilo) Con la gente del colectivo, solo, con nadie.

- …

- (algo alterado) Pero con nadie, ¡pelotuda!

- …

- (algo más alterado) Te digo que con nadie.

- …

- (bien alterado) ¡Con nadie, loca de mierda!

- …

- (tranquilizándose) Pero si te digo que con nadie, es con nadie.

- …

- (tranquilo) Esperá que me entró un mensaje.

- …

- (tranquilo) De un concurso que mandé, ¿te acordás?

- …

- (molesto) Ningún mensaje de nadie, es del concurso.

- …

- (molesto) Pero con nadie.

- …

- (molesto) A mi casa.

- …

- (molesto) Con nadie, son bolsas.

- …

- (molesto) Comida, fideos, azúcar, harina, comida.

- …

- (medio alterado) Comida, ¿no entendés? Comida.

- …

- (tranquilizándose) Y también un bizcochuelo, dulce de leche, crema, grande para que sobre. Leche y huevos tengo en casa.

- …

- (cansado) Con nadie te digo, Daiana, con nadie, no empecés.

- …

- (cansado) Con nadie, en el colectivo, ¿vos no hablás en el colectivo?

- …

- (molesto) Te llamé dos veces antes, pero no te encontré, por eso te llamo desde el colectivo.

- …

- (molesto) Con nadie, Daiana, con nadie, solo, fui al super y me voy a casa.

- …

- (más molesto) Con nadie, Daiana, no me rompás la cabeza, con nadie.


¿Novia celosa?, ¿presencia fantasmagórica? ¿quién lo puede saber?

Como en ese momento no intervení, era imposible que lo hiciera, te lo digo ahora, Daiana, si estás leyendo este blog: tu novio estaba solo, con nadie, bien solo. Pudo haber sido el fantasma del 112, pero yo no escuché nada.

jueves, 26 de agosto de 2010

Maní en el 112

¿Se acuerdan de mi aventura con el maní en el colectivo de la línea 112? Si no es así, lean aquí. Si se acuerdan, pueden seguir.

Esta noche volvía del mismo club hacia mi casa, a la misma hora y en la misma línea de colectivo que las dos veces pasadas, y a mitad del camino sentí olor a maní. Enseguida oí también el ruido de una bolsa y de cáscaras de maní. Por supuesto, pensé, es la misma mujer que vi dos veces antes, pero que ninguna de las dos veces pude probar que estaba comiendo maní, ni aún con las cáscaras en el piso del colectivo. Es decir, ninguna de las dos veces pude agarrarla con las manos en la masa, o mejor dicho, en los maníes.

Como los ruidos venían de atrás pensé que cuando me bajara me fijaría en la mujer, y la podría sorprender comiendo maní. Era un plan perfecto.

Cuando me tuve que bajar me dirigí a la puerta trasera y me di vuelta para sorprender a la mujer; pero la sorprendida fui yo. Detrás de mí sólo había tres asientos con tres mujeres jóvenes, una en cada asiento, la primera hablaba por celular, habló todo el viaje por celular, la segunda me miró y la tercera miraba por la ventanilla. No pude creer lo que veían mis ojos, mejor dicho, lo que no veían. Yo esperaba ver a la mujer de los maníes, pero no vi ninguna mujer mayor, ni maníes, ni bolsita, ni cáscaras, ni nada.

Empiezo a creer que el olor a maníes y los sonidos de rotura de cáscara en el 112 a las 21.30 están hechos para inquietar mi viaje.


En la foto, el 112, por dentro, sin maníes.

viernes, 30 de julio de 2010

Misterios en el 112

El martes pasado a la noche yo volvía a mi casa en el colectivo de la línea 112 desde el club donde practico patín artístico, y comencé a sentir un aroma rico, a algo comestible. Al principio pensé que venía de afuera, de alguna pastelería, pero como el aroma era persistente comencé a pensar que era de adentro. Después empecé a sentir un ruido en el asiento de atrás, que no supe a qué atribuir, si a semillas de girasol partidas o a cáscaras de maní.
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Mi estómago no me dejaba pensar, reclamaba la ingesta de eso, de eso rico, de eso, lo que fuera. Yo trataba de pensar, para saber qué era, creo que decidí que era maní, y mi estómago se enteró y me reclamó el maní. Traté de razonar con el estómago, diciéndole mentalmente que pronto llegaríamos a casa y le daría de comer, pero fingió no oírme y me siguió molestando como gato con hambre. No digo que maullara, pero sí me molestaba insistentemente, como un gato.
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Antes de bajarme miré el asiento de atrás y vi una mujer, de unos cincuenta años o más, que sostenía su cartera con las dos manos y miraba hacia adelante. Pensé que el ruido y el aroma pertenecían a mi imaginación, o a la imaginación de mi estómago desesperado por apenas tres horas y media de ayuno.
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Ayer jueves, a la misma hora y en el mismo colectivo me senté en el mismo asiento. No sé si ya había alguien sentado atrás o se sentó después, no me fijé, pero en un momento comencé a sentir el mismo aroma y los mismos ruiditos. Ahí lo paré al estómago antes de que se entusiasmara y no me molestó, me di cuenta de que es como los perros, hay que pararlo antes de que avance. Y pensé: ¿era maní?, ¿sonaba como la cáscara de maní?, ¿olía a maní?, ¿no era girasol?, ¿ese ruido no era girasol entre los dientes?, ¿y si era pororó?, ¿no podía ser pororó?
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Cuando me bajé algo crugió bajo mi zapatilla, la levanté y miré, eran cáscaras de maní en el piso del colectivo. Miré a la mujer, que sujetando su cartera, miraba al frente, inocentemente.

viernes, 14 de diciembre de 2007

El colectivo misterioso


Esa tarde volvíamos del centro para nuestra casa en el barrio de Arroyito. Habíamos ido a un almuerzo más o menos oficial y estábamos cansados. Tal vez nuestro cansancio sería la causa de que nos hubiéramos aventurado a tomar un colectivo lleno.

Ascendimos y me paré en un lugar vacío, junto a un asiento. A pesar de que había mucha gente nadie había elegido pararse ahí. No soy muy alta y prefiero sostenerme de un asiento, antes que hacerlo del pasamano superior.

Miré por la ventanilla la ciudad que se movía. Sólo después observé al pasajero que ocupaba el asiento. Era pelado y una cicatriz le cruzaba la cara. Noté, no sin alarma, que en todos sus rasgos se parecía a Freddy Krueger. Me dije que no podía ser y lo miré nuevamente, sí, el parecido era asombroso.

Supongo que fue por el pasajero Krueger que no advertí lo más notable: un grupo grande de hinchas de Rosario Central, con camisetas, gorros y banderas, cantando, nos iba a acompañar en nuestro viaje. Yo me puse un poco nerviosa. No me gustaba la idea de viajar en compañía de la barrabrava. Sí, sabía que no me iban a atacar si yo no les hacía nada, si los ignoraba o si los miraba con simpatía, compartiendo el fervor por el mismo equipo.

Todo eso me causaba mucha inquietud, ¡en un mismo colectivo con Freddy Krueger y la barrabrava de Central! El nerviosismo me impedía concentrarme en nada más que en ellos, pero, a pesar de todo, llegué a oír a una señora que preguntó:

— Chofer, ¿va hasta la curva de la muerte?

No me interesó tu explicación sobre la denominada “curva de la muerte”. No quise escuchar más. Resistí lo mejor que pude el viaje, y respiré cuando nos bajamos sanos y salvos.

Desde ese día no subo más a los colectivos llenos. En esta ciudad uno no sabe con quiénes se puede encontrar.
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