Volvía el lunes a mi casa desde la zona del club en el colectivo de la línea 112, temprano, a las cinco de la tarde. Un hombre subió en San Lorenzo y Sarmiento y le dijo al chofer:
–Ahora hay que tomarlo acá, ya no viene más por Sarmiento.
–Sí,
cambió el recorrido, y en el centro hay paradas cada tres cuadras.
El
chofer le nombró todas las esquinas en las que podía tomar ese colectivo, y las
esquinas donde se podía bajar si venía al centro. El hombre le dio las gracias
y el chofer le dijo que no, que “gracias a vos”.
Noté
que el chofer quería hablar, y una mujer sentada en el primer asiento también. La
mujer comenzó la conversación, no sé qué le preguntó porque yo estaba lejos. El
chofer le contestó:
–Se me
fueron los pasajeros, se me fueron los pasajeros, porque ya no saben dónde para
el colectivo.
Sus
palabras sonaron como una alarma dentro de mí: un 112 sin pasajeros significa
ausencia de historias, y sin las historias del 112 mi blog será otro. Pasada la
mini tragedia vivida, miré a mis compañeros de viaje, y si bien el colectivo no
iba lleno, sí había suficientes pasajeros, considerando que estamos en
vacaciones de invierno.
–Antes,
en la esquina de Laprida y Córdoba había quince pasajeros, ahora no hay ninguno
–siguió lamentándose.
Eso me
pareció raro, si el 112 jamás pasó por esa esquina, ¿el chofer trabajaría en otra
línea?, ¿pensaría que la mujer con la que conversaba jamás tomó el 112?
–Es que
cambiaron diez líneas juntas de colectivo, y los pasajeros no saben qué hacer
–insistió.
Yo creo
que no es así, el que viaja en la misma línea siempre se enteró rápidamente de
los cambios, incluso ya arriba del colectivo.
La
mujer, antes de bajarse por adelante, le dijo muy contenta que con el cambio de
recorridos tenía cuatro líneas que la llevaban a su casa, así que no sólo
tomaba el 112, sino otros más.
El
chofer, ajeno a mis pensamientos, y posiblemente a los de la mujer también, le
respondió con lo que me pareció, amargura:
–Me
alegro por usted señora, me alegro mucho.