domingo, 29 de julio de 2012

Chofer del 112, extraña a sus pasajeros


Volvía el lunes a mi casa desde la zona del club en el colectivo de la línea 112, temprano, a las cinco de la tarde. Un hombre subió en San Lorenzo y Sarmiento y le dijo al chofer: 

–Ahora hay que tomarlo acá, ya no viene más por Sarmiento.
–Sí, cambió el recorrido, y en el centro hay paradas cada tres cuadras.

El chofer le nombró todas las esquinas en las que podía tomar ese colectivo, y las esquinas donde se podía bajar si venía al centro. El hombre le dio las gracias y el chofer le dijo que no, que “gracias a vos”.

Noté que el chofer quería hablar, y una mujer sentada en el primer asiento también. La mujer comenzó la conversación, no sé qué le preguntó porque yo estaba lejos. El chofer le contestó:

–Se me fueron los pasajeros, se me fueron los pasajeros, porque ya no saben dónde para el colectivo.

Sus palabras sonaron como una alarma dentro de mí: un 112 sin pasajeros significa ausencia de historias, y sin las historias del 112 mi blog será otro. Pasada la mini tragedia vivida, miré a mis compañeros de viaje, y si bien el colectivo no iba lleno, sí había suficientes pasajeros, considerando que estamos en vacaciones de invierno.

–Antes, en la esquina de Laprida y Córdoba había quince pasajeros, ahora no hay ninguno –siguió lamentándose.

Eso me pareció raro, si el 112 jamás pasó por esa esquina, ¿el chofer trabajaría en otra línea?, ¿pensaría que la mujer con la que conversaba jamás tomó el 112?

–Es que cambiaron diez líneas juntas de colectivo, y los pasajeros no saben qué hacer –insistió.

Yo creo que no es así, el que viaja en la misma línea siempre se enteró rápidamente de los cambios, incluso ya arriba del colectivo.

La mujer, antes de bajarse por adelante, le dijo muy contenta que con el cambio de recorridos tenía cuatro líneas que la llevaban a su casa, así que no sólo tomaba el 112, sino otros más.

El chofer, ajeno a mis pensamientos, y posiblemente a los de la mujer también, le respondió con lo que me pareció, amargura:

–Me alegro por usted señora, me alegro mucho.

domingo, 1 de julio de 2012

Las pastas y el chino


El viernes 29 de junio fui a la fábrica de pastas a comprar ñoquis. Allí estaban la vendedora y una clienta que había tenido la misma idea que yo.

Mientras yo encontraba los ñoquis y la salsa, porque los habían cambiado de lugar, oí que las dos mujeres hablaban, pero no les presté atención.

Cuando encontré las dos cosas me acerqué al mostrador donde estaba, del otro lado, la vendedora y escuché que la clienta era la que hablaba.

–…Y no me queda otra que ir a morir al chino. ¡Y claro!, porque el chino abre el domingo a la tarde y el chino tiene abierto todos los días hasta las nueve y media de la noche.
–Ah, el chino –dije yo cuando me miró. Y eso fue todo lo que dije.

Observé que la vendedora quería darle el vuelto y no podía, porque no la dejaba concentrarse. La clienta había gastado $13,40 y había pagado con $100.

–¿Querés los cuarenta?
–No, si yo ya te di sesenta centavos –le dijo la vendedora.
–Ah, los habré guardado. ¡Las veces que tuve que ir a devolverle cosas! Y yo me digo: no, si son dos pesos; pero no es cuestión, me molesta salir de nuevo pero se las devuelvo igual. Siempre me venden cosas en mal estado y cosas de la heladera no le compro nunca. Pero no hay caso, ellos están cerca, ellos tienen abierto, y yo voy a morir ahí.

En un momento en que la clienta paró para respirar la vendedora le dio el vuelto, y me cobró a mí. La otra mujer salió. En un momento me preguntó la vendedora:

–¿La otra señora compró ñoquis solos?
–Sí.
–Bueno, entonces le cobré bien.

Salí, pensando en la contradicción de la mujer que critica el supermercado chino pero le compra.
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