A Athos
Aquella tarde del clásico rosarino de 2004 fue inolvidable por muchas cosas. La más importante de todas es porque vos, mi amor, llegaste de viaje desde Salta con tu famoso baúl que dio la vuelta al mundo.
La otra es que yo nunca había vivido antes en Rosario y en mi ciudad, Paraná, no había fútbol y quizás, tampoco habría sido lo mismo vivir en Rosario pero no en Arroyito, a pocas cuadras de la cancha de Rosario Central.
Ese día yo me había bañado con agua fría, a pesar del frío del 22 de agosto, por falta de agua caliente, o de gas, que para mí es lo mismo.
Apenas puse un pie afuera del departamento escuché a Raquel, nuestra vecina, que abría su puerta, pasaba, decía algo, no sé si a ella, a mí, a nadie: “Ay, casi me olvido. Hoy hay partido, se juega el clásico. No hay que salir porque se arma lío y te lleva la policía.” Ahí recién pareció darse cuenta de mi presencia y me preguntó: “¿Vas a tomar el colectivo?” Y yo, no, voy a tomar sol aquí enfrente porque tengo frío. Y ella: “Bueno, no salgas porque se arma lío y te lleva la policía sin preguntarte nada.”
Yo me senté en lo que podría llamarse el jardincito de la estación de servicio, llevaba un libro. Casi enseguida llegaron, o tal vez ya estaban antes que yo, dos hombres que cuidan autos cuando hay partido y otros espectáculos públicos. Se dividieron esta corta cuadra de nuestra casa en dos mitades. El joven no me prestó ninguna atención; el maduro, morocho y algo gordo, se acercó a mí.
Me preguntó si yo estaba tomando sol. Le dije que sí. También me preguntó si vivía cerca de aquí y si vivía sola. Le contesté que sí vivía cerca, pero que no vivía sola, sino con mi marido. Mientras él alternaba su trabajo –indicar a los conductores dónde y cómo estacionar, y esperar recompensa por su trabajo- con su ¿diálogo conmigo? me contó varias cosas que pude ordenar así: me contó que era tucumano, su nombre era Mariano, y que había venido a Rosario en el 72, porque su mujer era rosarina. Había tenido dos hijos. Una hija que, según me relató “le faltaba un año para recibirse de corte y confección, -yo le iba a comprar la máquina- pero le agarró la calentura y ahora tiene un pendejo”. Su yerno, el padre del nene, es maestro mayor de obras y su hija recibe los $150 del Plan jefas y jefes de hogar. Y también me contó que tiene otro hijo de diecisiete años que parece que es el bueno, “estudia, tiene muy buenas notas y le gusta estudiar y trabaja”. Pero no sabía que iba a seguir estudiando.
Debo haberle hecho algún gesto de que la conducta de su hija no era censurable, porque me dijo que él también –no sé si perdió el trabajo y un ascenso en la policía- por irse con una paraguaya al Paraguay.
También me dijo en qué calles trabajaba en la cancha de Newells, y que en una tarde ganaba entre $50 y $60.
Tal vez, a cambio de sus confidencias, me dio consejos acerca de mi vida en pareja. Quizás por mi falta de anillo, ya que yo dije claramente que vivía con mi “marido”, me volvió a preguntar: “¿sos juntada?” Le dije que sí, sin sorpresas. Me recomendó que me cuidara, porque hay hombres que “viven a las mujeres”, lo cual alcancé a entender es que ellos viven de los recursos económicos de sus mujeres (me admiró su representación de las parejas que conocería).
Me preguntó mi edad, le dije que treinta y uno, y me dijo: “ah, vos ya conocés la vida”, se ve que tranquilizado. Y ahí me vine al departamento porque empezó a llenarse de autos, mientras me preguntaba: ¿yo conozco la vida?, ¿qué vida? La mía, o al menos, la que sirve en mi mundo, y no en del cuidador de autos.
No salí más por varias horas.
Cuando abriste la puerta comenzaron a oírse los gritos de la cancha.
El cuidador te desarmó los presuntos conocimientos vitales.
ResponderEliminarPoetacacho
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