viernes, 4 de enero de 2008

El gato


La mujer salió a barrer la vereda. Hacía varios días que no lo hacía, porque ya no caían tantas hojas de los árboles, pero ese día se decidió a hacerlo porque notó que se habían juntado unos envoltorios de golosinas y colillas de cigarrillos muy antiestéticos.

Observó que una cuadrilla de la Municipalidad estaba rompiendo la calle, para arreglar el asfalto, como decía el cartel que habían puesto. Se lamentó por los enfermos del hospital de enfrente; no por ella, porque dormía bien y ni se había enterado de lo que sucedía.

Casi enseguida se le acercó el gato de la verdulería de al lado. Pequeño aún, gris, con manchas amarillas. Jugaron un rato, él quería morderla, ella no se dejaba. Todavía estaba jugando con el gato cuando llegó de la escuela la nena que vivía arriba de su casa. Se acercó, llamó al gato. Éste se fue a jugar con la vecinita.

— A mí me muerde –le dijo la nena.
— Sí, a mí también me quiere morder. Cómo no tiene otros gatos para jugar cree que nosotros somos gatos, por eso nos muerde –le respondió la mujer.
— Sí –sonrió la nena- Chau.
— Chau.

Siguió barriendo. Cuando levantó la vista recién se dio cuenta de que se había parado a su lado un vendedor, que llevaba un par de medias en una mano, y en la otra un bolso.

— ¿Querés comprar medias? Tengo de muy buena calidad. Y tengo también esto –sacó un pantalón azul, de hombre, de gimnasia. También tengo buzos de cuello redondo. ¿Tu marido usa?
— Sí, pero no necesitamos nada –le dijo ella, sin dejar de barrer.
— Bueno, pero si necesitan, yo paso otro día. De buena calidad, todo lo que tengo es de buena calidad –insistió el vendedor.
— Bueno –le dijo ella, interesada en lo que sucedía en el piso.
— Y ¡qué cosa las hojas! Estos árboles son molestos, primero esos copos amarillos que larga, que se meten por todos lados, y después las hojas que caen…
— Yo lo quiero mucho a este árbol –le respondió la mujer, mirando el árbol.
— ¡Y yo también!- se apuró a corregir el vendedor ambulante- yo también, si yo amo a la naturaleza. La naturaleza es sabia. Y tengo en mi casa montones de plantas, helechos, azaleas, begonias, de todo tengo, tengo muchas plantas…
— Claro.
— Bueno, me voy, cualquier cosa, ya sabe.
— Chau –le dijo ella, riéndose internamente por el rápido cambio de punto de vista del vendedor acerca del árbol.

El gato seguía a su lado. Casi pegado a la pared de su casa, luego se adelantó para ver algo en la vereda de enfrente: un hombre en bicicleta, mal vestido, que revolvía el contendedor de la basura. Lo miraba con curiosidad, protegido por un lado por la casa, y por el otro por el balde blanco que ella había sacado para juntar la basura.

La mujer lo miraba con simpatía. Juzgaba que ese gato de la verdulería era un amigo que había venido a visitarla, o imaginaba que era su propio gato, que había salido a acompañarla, haciendo más liviana la tarea de barrer la vereda. Se sentía dichosa de haber sabido cultivar la confianza del gato vecino y de que éste estuviera con ella.

Continuó con su tarea. Les dio paso a una mujer y a un chico con uniforme escolar y mochila. Vio –no pudo dejar de verlo, no pudo evitarlo- como el chico tomaba en sus brazos al gato y lo devolvía a la verdulería.

Su día ya no sería igual, su gato le había sido arrebatado ante sus ojos como si ella no fuera nadie.

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