Esperaba el 112 en San Lorenzo y San Martín, junto a otras personas, cuando llegó una mujer joven de larga cabellera castaña atada en una cola. Traía dos nenas también de largas cabelleras atadas en sendas colas, la mayor pelirroja con cejas y pestañas pelirrojas y la menor rubia, con cejas y pestañas rubias.
La
menor señalaba algo y llamaba a su hermana. Seguramente lo hacía con disimulo
porque yo no sabía qué, ni tampoco me interesaba; yo miraba la calle esperando
el 112, tratando de no confundírmelo con otros colectivos azules.
La
madre le dijo a la nena rubia que dejara de hacer eso porque la señora se iba a
enojar. Pensé que debía ser yo la señora y que no tenía motivos para enojarme
con tan pequeña criatura.
–Ella
tiene la misma pulsera– dijo la mujer.
Yo miré
a la otra mujer sentada a mi lado, que no tenía pulseras. Yo sí tenía una
multicolor, que hacía juego con mi collar.
–¿Esta
pulsera?– dije yo mostrando la mía.
–Sí, ella
tiene una igual- dijo la madre señalando a la pequeña rubia.
Llegó
el 112 y delante de mí subió un joven de larga cabellera negra atada en una
cola, vestido completamente de negro, con anteojos negros, que pagó su pasaje
con una tarjeta fucsia.